Hoy en la Pontificia Universidad Gregoriana hemos realizado la jornada de estudio de teología fundamental, la cual se realiza siempre en el mes de marzo, una vez al año. El tema de este año, como se puede leer en el flyer que acompaña esta post, es «la ecología integral, una oportunidad para la teología». No las tenía todas conmigo esta vez, pues tanto se ha dicho de la ecología, y tantas veces he escuchado mofas a la encíclica Laudato si’, que me esperaba una simple relación de tareas que el cristiano debe hacer para el cuidado de la casa común. Esto estaría bien para una charla parroquial, pero para el aula de teología, nos hubiera quedado pequeño. No obstante, puedo decir que la relación final me ha sorprendido muy positivamente, pues todo lo que se ha presentado tenía que ver con la teología y sus distintas disciplinas; no nos hemos quedado en una simple moralina. A continuación presento algunas de las conclusiones a las que hemos llegado:
- Cuando hablamos de ecología integral nos referimos al cuidado de un ecosistema concreto en el que no nos podemos olvidar del hombre. La palabra integral se refiere, precisamente, a que se toma íntegramente el ecosistema. El hombre, como todo ser vivo, vive en un ecosistema llamado sociedad.
- Siguiendo Laudato Si’, en su punto número 10, nos recuerda que al hablar de ecología no solo nos fijamos en el ambiente que rodea al hombre, sino también a las personas que habitan en ese ambiente, sobretodo a los más desfavorecidos. De nada serviría hablar de «cuidar las plantas» o «cuidar los animales» si no somos capaces de cuidar de nuestros iguales.
- La ecología integral cristiana no puede convertirse en un ambientalismo, propio de las sociedades secularizadas. Se ha observado como en los últimos años la ecología secularizada iba olvidándose paulatinamente de los seres animados: se pasa de un voluntariado con personas a un voluntariado con animales; para posteriormente desarrollar una ecología vegetal y finalmente hablar de una ecología inanimada buscando reducir la huella humana en el mundo. Se debe tomar consciencia de la dignidad de los vegetales y de los animales, pero no podemos reducir la presencia del hombre y de la mujer en medio del mundo; no podemos desear un mundo donde la humanidad haya desaparecido, como algunas ecologías seculares proponen.
- Recordamos que la cuestión ecológica tiene sus raíces en la Sagrada Escritura, cuando en el libro del Génesis se dice que Dios da la tierra al hombre y a la mujer para que la sometan, para que la administren. Y en el Catecismo de la Iglesia Católica ya se hablaba del pecado ecológico, recogido dentro del séptimo mandamiento, porque el pecado contra la casa común es un robo contra la sociedad que nunca más podrá usar y disfrutar de los dones de la creación.
- La novedad de la ecología integral no tiene tanto que ver con una microecología (lo que nosotros individualmente podemos hacer), sino con una macroecología política. De este modo todo cristiano está llamado a la movilización política en favor de propuestas de desarrollo sostenible.
- En orden al desarrollo sostenible también ha aparecido la cuestión de la agenda 2030. Necesitamos hacer una reflexión sobre esta agenda, pues a pesar que muchas de las propuestas individuales sean aceptables por la moral cristiana, existe una antropología de fondo que no lo es. Habrá que discernir si los cristianos pueden o deben dar soporte a la agenda 2030 y de qué modo lo deben hacer, pero no se contempla un apoyo incondicional a esta.
- La ecología integral tiene una dimensión de comunión universal que lucha contra el individualismo. El hombre individualista solo piensa para sí y es incapaz de compartir los bienes recibidos con sus contemporáneos ni con sus sucesores. En cambio, el hombre que está descentrado y que piensa en los demás, que tiene por más importante la comunión de las personas más que su propia satisfacción, será capaz de llevar adelante los propósitos concretos de esta ecología integral. Así, como Cristo pidió que todos sean uno como el Padre y Él son uno; también a través de la ecología (aunque no solo a través de la ecología) se puede alcanzar un modo de comunión universal. Esta comunión será parcial e imperfecta, siempre en vistas a la comunión de la fe en Cristo, nuestro Salvador.
- La ecología integral también tiene una dimensión litúrgica importante; pues sobretodo en la eucaristía, pero también en otros sacramentos como el bautismo, la confirmación o el orden, se usan de los elementos creados para el sacramento. Debemos conseguir a través de los signos sacramentales un mayor entendimiento de nuestra condición creatural y de la necesidad que tenemos de preservar los demás elementos creados. Así como todo sacramento es signo de la unión de Dios con el hombre por el amor, también debe recordarnos la unión comunional con todos los hombres y con toda la creación.
Ecología, sí; pero en clave cristiana, es decir, que reconoce la acción creadora de Dios y la necesidad del hombre de la comunión con Él y con toda la creación. En cambio, una ecología secular es la que olvida Dios y olvida al hombre, poniendo al centro un mundo tantas veces inanimado.