No dejamos aún las palabras del maestro de Nazaret, porqué hoy quiero traeros otra lista de frases en que Jesús nos dejó el resumen de las tareas que transmiten vida. Como vamos descubriendo a lo largo del curso, nosotros estamos en este mundo para tener vida, y tenerla en Jesucristo. Si la semana pasada pudimos indagar con aquellos elementos que nos traen la felicidad, esta semana quiero reflexionar con los elementos que nos dan vida y que nos permiten dar vida.

Se encuentran un total de catorce consejos, llamados “las obras de misericordia”, los cuáles agruparé en secciones dado que algunos de estos consejos están muy relacionados.

Visitar a los enfermos.

Puede ser una tarea difícil y pesante, pues los enfermos y los ancianos no están en la plenitud de sus fuerzas. Muchas veces los hemos descartado en la sociedad, pensando en que no pueden aportar nada de nuevo, mientras los almacenamos en hospitales y residencias para que no molesten.

Dar vida es visitarlos, conocerlos, honrarlos, pues ellos son nuestros padres y abuelos, que nos han dado la vida. Visitar al que está impedido de sus facultades es honrarlo por quién es, una persona amada y que ama. Y tu recibirás una experiencia mucho más reconfortante que la que puedes tener en una salida de amigos o en un juego de ordenador.

Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo.

Es de justicia dar aquello que necesita daca uno para una vida digna, sin esperar que sea el estado quién se lo proporcione. Al final lo único que se te pide es dar algunas cosas materiales, pero aquello que se recibe es mucho más importante: se recibe la vida.

No pensemos que las cosas que poseemos nos pertenecen, porqué en realidad pertenecen al Señor, creador del cielo y de la tierra: nosotros solo somos administradores de estos bienes: por eso compartir aquello que tenemos con los necesitados no es solo un acto de altruismo, sino de justicia: es devolver aquello que siempre ha estado propiedad de la humanidad entera.

Visitar a los presos.

En un sentido similar al consejo de visitar a los enfermos, la visita de aquellos privados de su libertad proporciona una nueva vida. Una visita hecha siempre con misericordia, que no busca la confrontación, que no hace violencia con el victimario, sino que lo perdona, es una visita que puede salvar una vida.

En nuestra sociedad se nos ha metido en la cabeza que la prisión es un lugar de perdición, donde los presos son encerrados para evitar que causen mayor daño a la sociedad, pero olvidamos que la prisión es también un lugar de reforma en el que se intenta convertir a cada preso para que vuelva a ser un miembro de la sociedad. ¿Qué mejor manera que agilizar este proceso y obtener mejores resultados hay que no sea la visita de estos hermanos nuestras que se encuentran privados de su libertad?

Enseñar al que no sabe.

La incultura es uno de los problemas más graves de la sociedad, tanto antigua como moderna. Dicen que la ignorancia es atrevida. No sé si es atrevida, lo que sí sé es que la ignorancia es mortal.

No se trata solo de enseñar un conocimiento científico, típico de nuestra época: muchas escuelas y universidades seguro que lo harán mejor que nosotros. La cultura que nosotros debemos enseñar es el saber cristiano: el sabio no es quien sabe muchas cosas (ese es el científico), sino quien sabe vivir bien. Nosotros ya conocemos cuál es el camino de la vida; enseñémoslo a quien lo desconoce par que pueda tener, como nosotros, una vida en Cristo.

Dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca.

Íntimamente ligado con el anterior consejo, estos dos nos indican que también es nuestro deber corregir la vida de aquéllos que la lleven desviada, por sendas equivocadas. Un buen consejo en el buen momento puede salvar una vida; un consejo callado la puede mandar a la perdición.

No es pues solo un tema de las ciencias de este mundo, sino sobre todo un tema del conocimiento de la vida cristiana, una vida que es tan alucinante que queremos que todos participen de ella.

Perdonar al que nos ofende, Sufrir con paciencia los defectos del prójimo.

Siguiendo la misma estela de las anteriores, en este momento nos encontramos con los consejos más sufridos, porqué nos exigen perdonar y ser pacientes con aquéllos que siguen una vida equivocada y nos hacen sufrir.

Pues el perdón y la paciencia son dos de las virtudes de esta vida cristiana que hemos abrazado: ¿cómo podríamos enseñar a vivir en Cristo si no somos pacientes con quienes instruimos y no sabemos acoger sus errores? Como podríamos vivir plenamente nuestra vida de libertad si somos esclavos de nuestro ego y no podemos perdonar las ofensas? Perdón y paciencia, dos palabras que no están de moda pero que debemos tener muy presentes en nuestra vida diaria.

Consolar al triste.

Este consejo paradigmáticamente es muy similar a una de las bienaventuranzas que la semana pasada tratamos, pero aquí lo vemos desde el otro punto de vista. Si el triste tenía que esta alegre al esperar el consuelo, hoy Jesús nos dice que este consuelo debe salir de nosotros. De esta manera consolador y consolado entran en una dimensión de fraternidad que el Señor ha permitido y bendecido, de manera que la comunión se vaya extendiendo en todo momento y en todo lugar.

Enterrar a los difuntos, rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.

Es un deber moral y humano dar una digna sepultura a las personas fallecidas. Y esto no es una cuestión únicamente religiosa, es también una cuestión de humanidad: una digna sepultura honra al difunto, una sepultura indigna (es decir, la aspersión de cenizas, el abandono de cadáveres…) no honra la memoria del difunto.

La oración por aquellos que ya han fallecido o por aquéllos que se encuentran en una situación grave nos ayuda a tenerlos presentes en nuestra vida cuotidiana. No debemos pensar la oración como un elemento mágico, como una especie de intercesión idolátrica, sino como un memorándum de la persona que hemos amado y a quien deseamos el mejor de los finales: la vida eterna en Dios.

por Pau Manent Bistué

Soy seminarista de la diócesis de Barcelona, en España. Nací el año 1990, y a la temprana edad de 18 años me decí por estudiar ingeniería aeroespacial. Me licencié en el año 2014 en la Universitat Politècnica de Catalunya. Tras un año de discernimiento vocacional, ingresé en el seminario de mi diócesis, la querida Barcelona. Allí me formé para ser presbítero, y estudié las licenciaturas de filosofía y teología. Al terminar la licencia de teología, a falta de unos pocos meses para recibir la ordenación, mi obispo y la diócesis me mandaron a estudiar a Roma el máster y el doctorado en teología fundamental, en la Universidad Pontifícia Gregoriana.

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