La semana pasada vimos dos textos de san Pablo hablando sobre el amor. Algunos pudisteis pensar si no era san Juan quién más habló sobre el amor, y es cierto, Juan habla mucho del amor. Por eso hoy vamos a repasar tres versículos del corpus juaneo y veremos cómo trata el tema de la vida en Cristo este gran apóstol.

El mandamiento nuevo

Os doy este mandamiento nuevo: Que os améis los unos a los otros. Así como yo os amo, debéis también amaros los unos a los otros. Si os amáis los unos a los otros, todo el mundo conocerá que sois mis discípulos.

Jn 13,34

El mandamiento nuevo que Jesús nos ha dejado es el mandamiento del amor. No es un mandamiento nuevo en su formulación: ya estaba contenido en la ley y en los profetas; y los libros sapienciales no dejaron nunca de citarlo. La relación del hombre con Dios siempre ha sido una relación de amor que se expresa en el amor “cultual” con Dios y el amor con el prójimo, símbolo del amor de Dios.

La novedad que introduce Jesús en este mandamiento es la plenitud del amor: un amor que no calcula, que no hace diferencias entre personas dependiendo si pertenecen o no al pueblo de Dios, un amor que supera las exigencias de la ley, y finalmente un amor que llega hasta la entrega de sí mismo para la salvación de todos nosotros, pecadores.

Y los más importante: Si os amáis los unos a los otros, todo el mundo conocerá que sois mis discípulos. El amor es el símbolo del cristiano, el amor es el sacramento que posibilita nuestra relación con Dios. Si no hay amor, no hay relación posible con el prójimo ni con Dios.

La aplicación del mandamiento nuevo

Pero quien dice: “Yo le conozco” y no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no hay verdad en él. En cambio, en el que guarda su palabra se ha perfeccionado verdaderamente el amor de Dios; de ese modo sabemos que estamos unidos a él. El que dice que está unido a Dios, debe vivir como vivió Jesucristo.

1Jn 2,4

La advertencia habla por sí misma: el amor es sacramental y el amor todo lo ilumina. Quien vive en el amor vive en la verdad, quien vive en el odio, vive en la mentira. Quién vive en el amor vive en Cristo, quién vive en el odio no puede vivir en Cristo. Quién vive en el amor, vive como vivió Jesucristo, y esto no se limita a una vida exterior, sino a toda una vivencia interior: vivir sacramentalmente en Él, mostrando en la propia vida la vida que Él nos proporciona

La esperanza cristiana

Queridos hermanos, ya somos hijos de Dios. Y aunque aún no se ha manifestado lo que seremos después, sabemos que cuando Jesucristo aparezca seremos como él, porque le veremos tal como es.

1Jn 3,2

Terminamos igual que la semana pasada con sal Pablo: la fe se termina, igual la esperanza se termina, pero el amor permanece. ¿Qué significa este de ser como Dios? Lo más intrínsecamente divino es el amor: ser como Dios significa amar con un amor hecho a imagen y semejanza del amor con el cual Él nos ha amado primero. Esto es a lo que aspiramos en la divinidad: no aspiramos al poder, a la ciencia ni al conocimiento, sino que aspiramos al amor.

Conclusión

La medida del amor es el amor sin medida, como dice san Agustín. Debemos ser para los otros el medio y el símbolo del amor de Dios. El amor de Dios no se manifiesta en este mundo de una manera sobrenatural, espectral, virtual… el amor de Dios se manifiesta en este mundo solo a través de dos vías: la vía experiencial, es decir, a través del amor manifestado en el prójimo; y la vía de la gracia, es decir, a través de sus acciones sacramentales en la Iglesia. ¿Qué podemos hacer? Permitir que el amor de Dios se manifieste en este mundo a través nuestro, que somos los mensajeros de este amor.

por Pau Manent Bistué

Soy seminarista de la diócesis de Barcelona, en España. Nací el año 1990, y a la temprana edad de 18 años me decí por estudiar ingeniería aeroespacial. Me licencié en el año 2014 en la Universitat Politècnica de Catalunya. Tras un año de discernimiento vocacional, ingresé en el seminario de mi diócesis, la querida Barcelona. Allí me formé para ser presbítero, y estudié las licenciaturas de filosofía y teología. Al terminar la licencia de teología, a falta de unos pocos meses para recibir la ordenación, mi obispo y la diócesis me mandaron a estudiar a Roma el máster y el doctorado en teología fundamental, en la Universidad Pontifícia Gregoriana.

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