El próximo lunes 13 de marzo se cumplirán diez años de la elección de Jorge Mario Bergoglio como sumo pontífice de la Iglesia católica, tomando el nombre de Francisco. Nunca antes un pontífice había tomado ese nombre, y con ello indicaba la entrada de la Iglesia en una nueva época. Aquella Iglesia que había sido preparada en el Concilio vaticano II para el tercer milenio tenia que empezar a caminar ya en esta nueva dimensión.

No voy a realizar aquí un recorrido del pontificado del papa Francisco, pueden ustedes leer muchas y mejores reseñas en otros blogs y noticiarios, No es necesario tratar aquí sus encíclicas, aunque tengo el proyecto de realizar cursos monográficos de todas sus encíclicas, exhortaciones y catequesis para así comprender con mayor profundidad cuál es la aportación del pontífice argentino a la comunión eclesial; a ver si me da la vida, porque los estudios del doctorado me toman todo mi tiempo. Quedan atrás la Evangelium Gaudium, programática de la misión de la Iglesia en el mundo del siglo XXI, o Laudato Si’, muy de moda en los tiempos que corren por toda la cuestión ecológica, no ajena a la vida de los cristianos, o Fratelli Tutti, sobre la comunión universal de todos los hombres y mujeres…

Pero hoy quiero traer a colación otro tema… Ya hace tiempo que la figura del papa Francisco está sufriendo un acoso y un desprestigio desde muchas instancias de la Iglesia. Y no sorprende la controversia, pues desde el sínodo de la Amazonia la política vaticana se ha ido volviendo cada vez más dura. El gran proyecto del papa Francisco es el sínodo 2023… aunque como muchos ya sabréis, los terminios se han alargado un año, de manera que la sesión plenaria del sínodo tendrá lugar en octubre de 2024. Y es que el sínodo ha sido una fuente de habladurías: que si se iba a cambiar la moral de la Iglesia, que si se cambiaría la cuestión del celibato sacerdotal o si se modificarían los sujetos del sacramento del orden… Unido todo esto a un sínodo paralelo en Alemania, la presión de la agenda 2030, el sacerdote James Martin, apóstol de los LGTBIQ+; y la poca delicadeza de la cúria vaticana para gobernar en ciertos aspectos… El papa Francisco en tan sólo ocho años ya produjo más motus propios que sus dos predecesores juntos, San Juan Pablo II y el difunto papa Benedicto XVI, un total de 34 años. La manera como ha tratado la cuestión del Opus Dei, el cambio de dirección con Comunión y Liberación, y ahora la guillotina está encima de los neocatecumenales, aunque como dicen, esperará al traspaso de Kiko para meter mano… No son pocos los motivos que está dando a los fieles para la desconfianza y para la crítica. Incluso he escuchado entre los propios jesuitas críticas feroces contra Francisco, diciendo que la Iglesia no se puede gobernar como la Compañía; y es verdad, la Iglesia no es la Compañia, pero en el gobierno siempre debe primar la caridad.

Algunos piden, tras la defunción de Benedicto XVI, que se convoque un nuevo cónclave, pues consideran que el auténtico papa ha muerto. ¿No se enteraron de su renuncia? Otros dicen que tras la muerte del emérito Francisco va acelerar sus cambios ¿Es que no era ya el sumo pontífice, por qué debería esperar? Basta de críticas que nos separan del pontífice, basta de críticas que nos autoexcluyen de la comunión eclesial! Hay que entender que Francisco no es Benedicto XVI, igual que Benedicto no era Juan Pablo II. Cada época de la historia tiene sus personajes, y en el momento actual nos ha tocado un pontífice que gobierna la Iglesia con un estilo distinto.

Dejadme ahora un pequeño apunte teológico. Existe en el seno de la Iglesia un misterioso binomio, igual que misteriosa es la Cruz del Señor. La cruz tiene dos ejes, uno que mira verticalmente hacia el cielo y otro horizontal; y muchos pastores han leído este signo en clave de amor: amar a Dios sobre todas las cosas (eje vertical) y amar a los hermanos (eje horizontal). En el mismo sentido existe el misterio de la Iglesia terrenal, que puede ser gobernada verticalmente u horizontalmente. El gobierno vertical es el gobierno jerárquico o mal llamado gobierno clerical. Como toda institución donde hay personas es necesario que haya una cabeza visible para decidir el futuro de la institución. Más aún en la Iglesia, en donde la cabeza es Cristo, y éste dispone el ministerio sacerdotal para el servicio del pueblo, para pastorear, para enseñar y para santificar. Si bien no se puede identificar jerarquía con clero y con Cristo, es verdad que la relación es muy fuerte; y por ello existen muchas dificultades a cambiar las estructuras de gobierno de la Iglesia, por la identificación entre el clero, Cristo y la jerarquía. Pero estamos olvidando el otro madero de la cruz, el madero horizontal: hay que gobernar sinodalmente. En el brazo horizontal está representado todo el pueblo de Dios, no solo los laicos, sino también el clero y la vida religiosa. Y animados por el Espíritu Santo, quien hace resonar su soplido en los corazones de los creyentes, gobierna carismáticamente la Iglesia. Allí están los dos polos de tensión, entre la Iglesia jerárquica y la Iglesia carismática; entre la Iglesia cristológica y la Iglesia pneumática; pero Una única Iglesia que reúne a todos los hombres y mujeres de buena voluntad en la comunión con Dios Trino, comparte un mismo pan y un mismo cáliz en la Eucaristía y realiza la comunión universal animados por la gracia del Espíritu Santo.

Así como la cruz tiene dos maderos, también la Iglesia tiene esta doble dimensión. Sin el madero vertical, Cristo, nada se sostiene; sin el madero horizontal no hay verdadera comunión. Sin Cristo no hay Iglesia, sin laicos tampoco. Y muchas veces hemos errado pensando que el clero era la Iglesia… pero el clero no es toda la Iglesia. Cada uno debe estar en su posición: Cristo en el madero vertical, el laicado en el madero horizontal, y el clero, como clavo firme, uniendo los dos maderos, sosteniendo el pueblo, no por su propia fuerza, sino por la gracia que recibe de Dios. No tengamos miedo a abrir las puertas al Espíritu, pues sin Él nos quedamos sin pueblo, sin comunión y sin Iglesia.

Pues los pontífices que hemos tenido comprendieron esta doble dimensión de la Iglesia. Juan Pablo II, el papa de la esperanza, gobernó la Iglesia con firmeza y suavidad. Reconozcamos que fue durante su pontificado cuando más crecieron los movimientos apostólicos y laicales; y nada de esto se hace si no hay un orden jerárquico y la animación del Espíritu. Benedicto XVI, el papa de la fe, aunque apareciese como un pontífice muy jerárquico, sus más estrechos colaboradores dicen que siempre estaba abierto al Espíritu y que pocas cosas dejaba cerradas. Dicen que no preparó ningún sucesor a la sede romana porque era un papa que creía en el Espíritu Santo, por lo que debía ser éste quien decidiese su sucesor. Y Francisco también está gobernando la Iglesia con esta doble dimensión: firmeza con la jerarquía y carisma con el laicado. Y no está haciendo nada raro… solo que algunos están nerviosos al ver que toma en serio su papel de pontífice romano.

Al finalizar el presente artículo tan solo quiero pedir oraciones por las intenciones del sumo pontífice. Siempre las ha necesitado, pero ahora el mal se está haciendo más fuerte, que sepa seguir la voluntad de Dios.

por Pau Manent Bistué

Soy seminarista de la diócesis de Barcelona, en España. Nací el año 1990, y a la temprana edad de 18 años me decí por estudiar ingeniería aeroespacial. Me licencié en el año 2014 en la Universitat Politècnica de Catalunya. Tras un año de discernimiento vocacional, ingresé en el seminario de mi diócesis, la querida Barcelona. Allí me formé para ser presbítero, y estudié las licenciaturas de filosofía y teología. Al terminar la licencia de teología, a falta de unos pocos meses para recibir la ordenación, mi obispo y la diócesis me mandaron a estudiar a Roma el máster y el doctorado en teología fundamental, en la Universidad Pontifícia Gregoriana.

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