Ofrecemos el mensaje del santo padre Francisco para esta cuaresma 2023, comentado párrafo a párrafo por el presbítero Pau Manent. El mensaje está articulado entorno dos ejes, la ascesis y la sinodalidad, como el propio título del mensaje indica. Ascesis es esa palabra que hace tiempo dejó de estar de moda, ya vaciada de significado porqué después del Concilio Vaticano II se pensó que en una nueva época eran necesarias nuevas prácticas, o como dice el mismo Jesús, a vino nuevo, odres nuevos (Mc 2,22). Es necesario recordar que la ascesis tradicional de la Iglesia está formada por tres prácticas, como nos recuerda cada año el evangelio en el día del Miércoles de Ceniza: ayuno, limosna y oración.

Con el ayuno el cristiano pretende: a) imitar los sufrimientos de Cristo en su camino al Calvario hasta su muerte en Cruz, b) solidarizarse con aquellos hermanos que no tienen lo necesario para vivir y así imitar también su pobreza, c) purificarse de todas las cosas del mundo y así prepararse para acoger los bienes mejores, y d) privarse del alimento temporal para tomar, en la noche de Pascua, el alimento eterno, el pan y vino convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Con la limosna el fiel a) se hace pobre como Cristo pasó pobre por este mundo, b) toma consciencia que su vida temporal dura solo un momento mientras se prepara para entrar en la vida eterna, c) hace partícipes de los bienes temporales y necesarios a todos aquéllos hermanos que sufren precariedad, y d) se hace más libre de corazón, no pretendiendo apresar bienes para este mundo, sino que atesora los bienes perenes. Y finalmente, con la oración el buen discípulo de Cristo toma consciencia de su pequeñez y ora por la remisión de sus pecados y de los pecados de tantos que no se percataron de sus faltas, y así empieza a vivir la vida del cielo junto a Cristo, el Hijo que ha venido a salvarnos. Con estas prácticas ascéticas el fiel se acerca a Cristo. Es por ello que toda rebaja en estas prácticas no ayudará al fiel a tomar buena consciencia de su camino: la Cuaresma es un tiempo de conversión y de acercamiento al Cristo sufriente, la Cuaresma no se hace con los voluntarismos vanos de los hombres, sino con la mirada puesta en Cristo confiando que es Él quien nos ayuda a nosotros a llevar la cruz de cada día.

El otro eje del presente mensaje es la sinodalidad, palabra que ya empezamos a aburrir. La descubrimos hace apenas un año y medio, y no ha parado de traer muchos quebraderos de cabeza a los teólogos (y por ello yo dejé de publicar mis reflexiones sobre el sínodo, viendo que la cuestión se iría polarizando día tras día. Para poder hacer una reflexión serena es necesario que haya un verdadero espíritu de escucha, de fraternidad, de fe, de oración; pero cuando el sínodo se ha convertido en el choque frontal entre dos tendencias en la Iglesia, a saber los progres y los tradis, aunque a mí no me gustan estos apelativos, la teología queda silenciada por el ruido mundanal). Lo que su santidad el Papa Francisco expone en el presente mensaje no es una vía para realizar el sínodo, sino un camino de conversión espiritual: tú no te vas a convertir solo, necesitas la ayuda de Cristo, y cristo actúa en la Iglesia. Aquel que no camina al compás de la Iglesia o pretende caminar fuera de Ella, no sigue a Cristo. Veamos y comentemos ahora el mensaje:

Queridos hermanos y hermanas:

Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas concuerdan al relatar el episodio de la Transfiguración de Jesús. En este acontecimiento vemos la respuesta que el Señor dio a sus discípulos cuando estos manifestaron incomprensión hacia Él. De hecho, poco tiempo antes se había producido un auténtico enfrentamiento entre el Maestro y Simón Pedro, quien, tras profesar su fe en Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios, rechazó su anuncio de la pasión y de la cruz. Jesús lo reprendió enérgicamente: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mt 16,23). Y «seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado» (Mt 17,1).

El evangelio de la Transfiguración se proclama cada año en el segundo domingo de Cuaresma. En efecto, en este tiempo litúrgico el Señor nos toma consigo y nos lleva a un lugar apartado. Aun cuando nuestros compromisos diarios nos obliguen a permanecer allí donde nos encontramos habitualmente, viviendo una cotidianidad a menudo repetitiva y a veces aburrida, en Cuaresma se nos invita a “subir a un monte elevado” junto con Jesús, para vivir con el Pueblo santo de Dios una experiencia particular de ascesis.

Con la ascensión al monte Tabor, el monte de la glorificación de Cristo, los discípulos empiezan ya a purificarse. Para subir al Tabor es necesario ir acompañado, es necesario caminar sinodalmente. No es una montaña demasiado alta, no es difícil de subir. Pero aquí no estamos hablando del Tabor que se encuentra en galilea, sino del Tabor que se encuentra en cada uno de nuestros corazones.

Imaginemos la ascensión a una cumbre difícil, como el K2, una de las montañas más difíciles del mundo. A nadie se le ocurriría empezar la ascensión sin un buen equipamiento: cuerdas, botas, arneses, piolets, cascos… para subir a la montaña de Cristo es también necesario subir con el equipo que nos proporciona el ayuno, la limosna y la oración. Tampoco a nadie se le ocurriría subir al K2 solo, cualquier percance podría resultar moral. Así mismo, para subir a la gloria de Cristo necesitamos también subir acompañados, necesitamos de tantos otros cristianos que nos ayudarán a enderezar nuestros errores mediante la corrección fraterna, nos alentarán en el camino cuando estemos cansados y nos recordarán el camino cuando estemos perdidos. ¡Nadie se salva solo, nos salvamos en racimo!

Podríamos recordar en este momento ese proverbio oriental que dice «si quieres llegar rápido a un sitio, puedes ir solo; pero si quieres llegar lejos, debes ir acompañado». Aquí no nos interesa una santidad barata, sino que vamos a recorrer el camino de la vida, el camino más largo. Y qué tristeza más grande seria recorrer este camino solo, es más llevadero cuando el camino se hace con amigos.

La ascesis cuaresmal es un compromiso, animado siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz. Era precisamente lo que necesitaban Pedro y los demás discípulos. Para profundizar nuestro conocimiento del Maestro, para comprender y acoger plenamente el misterio de la salvación divina, realizada en el don total de sí por amor, debemos dejarnos conducir por Él a un lugar desierto y elevado, distanciándonos de las mediocridades y de las vanidades. Es necesario ponerse en camino, un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, como una excursión por la montaña. Estos requisitos también son importantes para el camino sinodal que, como Iglesia, nos hemos comprometido a realizar. Nos hará bien reflexionar sobre esta relación que existe entre la ascesis cuaresmal y la experiencia sinodal.

No nos podemos olvidar que este es un camino de gracia. Está bien caminar juntos, pero si con nosotros no camina también Jesús, no llegaremos a ninguna parte. Nos saldrán un sinfín de salteadores por el camino que pretenderán engañarnos, robarnos, quitarnos la vida y la felicidad. Jesús debe acompañarnos, y por ello le suplicamos que nos dé la fuerza para levantarnos de nuestras caídas, para pedir perdón cuando hemos fallado al compromiso divino y para que nos ilumine en nuestras decisiones. Y junto a Cristo imploramos la asistencia del Espíritu Santo, le pedimos que penetre nuestros corazones, los transforme y los haga nuevos a imagen del corazón de Cristo. Sin la gracia, sin el poder que proviene del Padre, que cristo nos ofrece y que el Espíritu derrama sobre nosotros, no podemos seguir adelante.

En el “retiro” en el monte Tabor, Jesús llevó consigo a tres discípulos, elegidos para ser testigos de un acontecimiento único. Quiso que esa experiencia de gracia no fuera solitaria, sino compartida, como lo es, al fin y al cabo, toda nuestra vida de fe. A Jesús hemos de seguirlo juntos. Y juntos, como Iglesia peregrina en el tiempo, vivimos el año litúrgico y, en él, la Cuaresma, caminando con los que el Señor ha puesto a nuestro lado como compañeros de viaje. Análogamente al ascenso de Jesús y sus discípulos al monte Tabor, podemos afirmar que nuestro camino cuaresmal es “sinodal”, porque lo hacemos juntos por la misma senda, discípulos del único Maestro. Sabemos, de hecho, que Él mismo es el Camino y, por eso, tanto en el itinerario litúrgico como en el del Sínodo, la Iglesia no hace sino entrar cada vez más plena y profundamente en el misterio de Cristo Salvador.

Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. En este camino Cuaresmal el camino a seguir es el camino de Cristo. Esto significa imitarle, seguir su mandamiento de amor universal.

Y llegamos al momento culminante. Dice el Evangelio que Jesús «se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz» (Mt 17,2). Aquí está la “cumbre”, la meta del camino. Al final de la subida, mientras estaban en lo alto del monte con Jesús, a los tres discípulos se les concedió la gracia de verle en su gloria, resplandeciente de luz sobrenatural. Una luz que no procedía del exterior, sino que se irradiaba de Él mismo. La belleza divina de esta visión fue incomparablemente mayor que cualquier esfuerzo que los discípulos hubieran podido hacer para subir al Tabor. Como en cualquier excursión exigente de montaña, a medida que se asciende es necesario mantener la mirada fija en el sendero; pero el maravilloso panorama que se revela al final, sorprende y hace que valga la pena. También el proceso sinodal parece a menudo un camino arduo, lo que a veces nos puede desalentar. Pero lo que nos espera al final es sin duda algo maravilloso y sorprendente, que nos ayudará a comprender mejor la voluntad de Dios y nuestra misión al servicio de su Reino.

El camino valió la pena, aquello recibido es mucho mejor que todos los esfuerzos y penurias que habremos sufrido. Aquello que nos espera supera con creces todos los sufrimientos, y es tan grande que ni tan solo nuestra inteligencia es capaz de pensar lo más mínimo de esta vida que nos es prometida.

Pero aquí me gustaría señalar una cuestión con la que no estoy del todo de acuerdo con la exposición del mensaje. Pareciere que el mensaje cuaresmal nos anima a recorrer dicho camino rápidamente, porqué hay que llegar al final cuánto antes. No van así las cosas; por mucho que nosotros corramos, Cristo siempre va delante nuestro; por muchas ganas que nosotros le pongamos, siempre cometeremos errores y necesitaremos recorrer este camino una y otra vez, cada año, cuando lleguen estas fechas y se inicie otra vez la peregrinación de los corazones que quieren estar cerca del Señor. Por ello, no camines rápido por las vías del Señor, disfruta del camino. Como dice esa canción en catalán de Lluis Llach titulada Viatge a Ítaca (viaje a Ítaca):

Quan surts per fer el viatge cap a Itaca,
has de pregar que el camí sigui llarg,
ple d’aventures,
ple de coneixences.
[…]
Has d’arribar-hi, és el teu destí,
però no forcis gens la travessia.

És preferible que duri molts anys,
que siguis vell quan fondegis l’illa,
ric de tot el que hauràs guanyat
fent el camí,
sense esperar que et doni més riqueses.
Itaca t’ha donat el bell viatge,
sense ella no hauries sortit.

Cuando partas en tu viaje hacia Itaca, pide que el camino sea largo
lleno de aventuras,
lleno de conocimiento
[…]
Tienes que llegar (a Itaca), es tu meta, pero no fuerces la marcha (no vayas rápido)
Es preferible que dure muchos años, que seas viejo cuando fondees la isla, rico por todo lo que habrás ganado en el camino,
sin esperar ser más rico.
Itaca te ha dado un buen viaje,
ya que por ella salpaste.

Así mismo, el camino sinodal no debe tener una meta, no debe terminar, sino que debe ser un polo de reflexión gozoso, de intercambio de ideas, que permita una experiencia profunda del sentido eclesial.

La experiencia de los discípulos en el monte Tabor se enriqueció aún más cuando, junto a Jesús transfigurado, aparecieron Moisés y Elías, que personifican respectivamente la Ley y los Profetas (cf. Mt 17,3). La novedad de Cristo es el cumplimiento de la antigua Alianza y de las promesas; es inseparable de la historia de Dios con su pueblo y revela su sentido profundo. De manera similar, el camino sinodal está arraigado en la tradición de la Iglesia y, al mismo tiempo, abierto a la novedad. La tradición es fuente de inspiración para buscar nuevos caminos, evitando las tentaciones opuestas del inmovilismo y de la experimentación improvisada.

Recordamos en este momento qué es la Tradición. En el sentido de Ives Congar, padre conciliar, la Tradición de la Iglesia es la transmisión vida de la fe. Por ello la Tradición no queda solo recluida en los libros de los padres de la Iglesia y en la liturgia; sino que la misma praxis eclesial se enraíza en la Tradición, la mantiene viva y la hace progresar. Es por ello que el camino sinodal se tiene sus raíces en la Tradición de la Iglesia. También debemos recordar que todo aquello definido dogmáticamente por el Magisterio de la Iglesia es manifestación de lo contenido en el dato de la Revelación, es decir, en la Sagrada Escritura y en la Tradición; por lo que los miembros de la Iglesia no pueden cambiar ni un solo elemento del contenido de fe y de moral revelado en la Sagrada Escritura, transmitido por la Tradición y dogmáticamente definido por el Magisterio, porque la Iglesia toda es más que la porción sincrónica (sinodal, Iglesia militante), sino que también está formada por la porción diacrónica (la Iglesia purgante y la Iglesia celestial), de la que los miembros que aún peregrinamos en este mundo hemos recibido el depósito de la fe.

El camino ascético cuaresmal, al igual que el sinodal, tiene como meta una transfiguración personal y eclesial. Una transformación que, en ambos casos, halla su modelo en la de Jesús y se realiza mediante la gracia de su misterio pascual. Para que esta transfiguración pueda realizarse en nosotros este año, quisiera proponer dos “caminos” a seguir para ascender junto a Jesús y llegar con Él a la meta.

El primero se refiere al imperativo que Dios Padre dirigió a los discípulos en el Tabor, mientras contemplaban a Jesús transfigurado. La voz que se oyó desde la nube dijo: «Escúchenlo» (Mt 17,5). Por tanto, la primera indicación es muy clara: escuchar a Jesús. La Cuaresma es un tiempo de gracia en la medida en que escuchamos a Aquel que nos habla. ¿Y cómo nos habla? Ante todo, en la Palabra de Dios, que la Iglesia nos ofrece en la liturgia. No dejemos que caiga en saco roto. Si no podemos participar siempre en la Misa, meditemos las lecturas bíblicas de cada día, incluso con la ayuda de internet. Además de hablarnos en las Escrituras, el Señor lo hace a través de nuestros hermanos y hermanas, especialmente en los rostros y en las historias de quienes necesitan ayuda. Pero quisiera añadir también otro aspecto, muy importante en el proceso sinodal: el escuchar a Cristo pasa también por la escucha a nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia; esa escucha recíproca que en algunas fases es el objetivo principal, y que, de todos modos, siempre es indispensable en el método y en el estilo de una Iglesia sinodal.

Al escuchar la voz del Padre, «los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo» (Mt 17,6-8). He aquí la segunda indicación para esta Cuaresma: no refugiarse en una religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios, de experiencias sugestivas, por miedo a afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus dificultades y sus contradicciones. La luz que Jesús muestra a los discípulos es un adelanto de la gloria pascual y hacia ella debemos ir, siguiéndolo “a Él solo”. La Cuaresma está orientada a la Pascua. El “retiro” no es un fin en sí mismo, sino que nos prepara para vivir la pasión y la cruz con fe, esperanza y amor, para llegar a la resurrección. De igual modo, el camino sinodal no debe hacernos creer en la ilusión de que hemos llegado cuando Dios nos concede la gracia de algunas experiencias fuertes de comunión. También allí el Señor nos repite: «Levántense, no tengan miedo». Bajemos a la llanura y que la gracia que hemos experimentado nos sostenga para ser artesanos de la sinodalidad en la vida ordinaria de nuestras comunidades.

Las dos recomendaciones del papa Francisco para que transformemos nuestros corazones son la escucha de la Palabra y la petición de perdón al Señor. Escuchar sí, pero no escuchar cualquier cosa: la Palabra de Cristo. Ya sabemos donde se encuentra la Palabra de Cristo, en la Escritura, en la liturgia, en la oración de todo cristiano que se dirige al Padre con humildad de corazón, y en la palabra de tantos hombres y mujeres en los que el Espíritu Santo vive en sus corazones. También será necesario cerrar nuestros oídos a toda aquella palabra que no procede de Cristo, que viene a hacer tambalear el Reino de Dios con su engaño. Por ello, «¡Cuidado con los falsos profetas! Vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces» (Mt 7,15) y «manteneos constantes en la oración, siempre alerta y dando gracias a Dios» (Col 4,2).

Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo nos anime durante esta Cuaresma en nuestra escalada con Jesús, para que experimentemos su resplandor divino y así, fortalecidos en la fe, prosigamos juntos el camino con Él, gloria de su pueblo y luz de las naciones.

Roma, San Juan de Letrán, 25 de enero de 2023, Fiesta de la Conversión de san Pablo.

por Pau Manent Bistué

Soy seminarista de la diócesis de Barcelona, en España. Nací el año 1990, y a la temprana edad de 18 años me decí por estudiar ingeniería aeroespacial. Me licencié en el año 2014 en la Universitat Politècnica de Catalunya. Tras un año de discernimiento vocacional, ingresé en el seminario de mi diócesis, la querida Barcelona. Allí me formé para ser presbítero, y estudié las licenciaturas de filosofía y teología. Al terminar la licencia de teología, a falta de unos pocos meses para recibir la ordenación, mi obispo y la diócesis me mandaron a estudiar a Roma el máster y el doctorado en teología fundamental, en la Universidad Pontifícia Gregoriana.

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